domingo, 4 de abril de 2010

La Cena.


Jesús no escogió un rico templo para su última cena. No hizo un ritual complicado, ni degolló y ofrendó 3 corderos a los dioses, ni tomó ayahuasca, ni bailó una compleja danza tribal al ritmo de los tambores.

Escogió la mesa, nuestra mesa cotidiana para hacerse presente día tras día. Este pan que comen, soy yo. Este vino, esta agua que toman, soy yo. Cuando se sienten dos en una misma mesa,  ahí estaré yo.

Probablemente si el volviera, mandaría a las potencias religiosas a la punta del cerro, y se iría a una media agua de Constitución a comer pan amasado. Que los que vinieron después construyeran inmensas catedrales y hermosos templos, no significa que él resida ahí.

No quiere incienso, ni flores, ni diezmos, ni latigazos, ni adoración, ni rezos, ni mandamientos. Quire estar en nuestra mesa, en nuestra vida cotidiana, en la micro, en los niños, en el pasto, en el perro, en la marraqueta.

¿Cúal es el sentido de esto?. Invitarlo a nuesta cena, significa tratar de ser un poco mejores personas. Andar acariciando en vez de pegando patadas. Por eso la importancia de los niños. Nos hacen ser mejores seres humanos. Tenemos que ser un ejemplo vivo para ellos.

Cuando el dijo: "yo soy el hijo de dios", lo agarraron a patadas y lo crucificaron. Pero cuando un humilde carpintero de un pobre pueblo declara "yo soy el hijo de dios", esta diciendo que "tu eres tambien hijo de dios", y tu, y tu , y tu, y el de más alla, y aquel que cruza la calle.

La Cena pone a dios en todas partes. No hay que buscarse intermediarios para pedirle perdón o favores. Los actos mas simples hechos con conciencia adquieren una profundidad sagrada. Pasa que somos pajarones, y necesitamos que nos den una dosis de L.S.D. para abrir lo ojos, o un golpe en la cabeza como hace el maestro zen.

Hace un par de semanas pasé por la iglesia de mi barrio. La acaban de remodelar.  Era un Sábado por la tarde y estaban en misa. Me asomé con respeto por la puerta entreabierta. Mucho tiempo que no pasaba por allí. En ambos lados de la nave la gente escuchaba en silencio el desarrollo de la misa. Miré hacia el altar y en la pared donde siempre colgaba Cristo, no había nada. Dos curas hacían la misa dándole la espalda a una pared vacía.

-Cristo se aburrió de estar colgado y se bajó de la cruz- pensé, y seguí mi camino. Por ahí anda.

Me acordé entonces del poema de Machado, "La Saeta", que en una parte dice:

¡Oh, la saeta, el cantar/ al Cristo de los gitanos/ siempre con sangre en la manos,/ siempre por desenclavar!/ ¡Cantar del pueblo andaluz/ que todas las primaveras/ anda pidiendo escaleras/ para subir a la Cruz!/  ¡Cantar de la tierra mía, / que echa flores/ al Jesús de la agonía, / y es la fé de mis mayores!/ ¡Oh, no eres tú mi cantar!/ No puedo cantar,  ni quiero/ a ese Jesús del madero,/ sino al que anduvo en la mar.


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